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A manera de un artículo peridístico.

Por qué el interés por la educación.

Mis primeros recuerdos de la escuela son agradables. Aprendí a leer con un cuento de cinco princesitas, en que cada una tenía el sonido de una vocal, y las operaciones básicas de aritmética con juegos, dónde el premio era la alegría de acertar, además de atrapar el guante de la profesora o recibir el dulce. El primer libro que me regaló mi padre fue el Principito, tenía apenas siete u ocho años. Todavía conservo con emoción el paquete de libros que mi padre me obsequió cuando terminé la primaria.

Siempre fui una niña de nueves y dieces. Cumplía las expectativas de maestros y papás. En mi casa me enseñaron a respetar la diferencia y a defender mi derecho a ser respetada. Recuerdo en la primaria intentaron quitarme mi recreo para ponerme a vender dulces cuando esto ya lo había hecho. Cómo me opuse la maestra me pidió poner mis manos para que con una enorme regla (bueno, yo la veía así) me pegara, cosa que no hice. Me amenazaron con llamar a mis papás y aún aun así desistí (en el fondo tenía mucho miedo me acordé y fue cuando me acordé lo que me enseñaron del respeto mis papás).

Cuando fue mi papá a la escuela fui testigo de cómo me defendió y me quedó claro lo que significa defender tus derechos y los de otros. Con estos antecedentes no era raro que empezara a cuestionar a mis maestros desde la secundaria y ya en la universidad, me sentía con derecho de que mi punto de vista se escuchara. Con las calificaciones que tenía y con lo amiguera que era podría decirse que no tenía ningún problema con la escuela, ni con mi aprendizaje.

Escogí la carrera de Pedagogía porque pensaba que tendría que haber otras maneras de aprender y enseñar, que para ello tenía que prepararme, que podía contribuir a una mejor educación en mi país, pues percibía las deficiencias del sistema que me formó. Siempre he pensado en la fuerza transformadora, civilizatoria y de “domesticación” (en el sentido de crear vínculos en la manera en que lo plantea Antoine de Saint-Exupéry en su libro El Principito de todo acto educativo.Me preparé y me gano el sustento como pedagoga.

Soy hija de padre obrero y madre costurera, que desde pequeña me enseñaron el valor de la honestidad, el trabajo y la educación. Mi padre me decía que estudiara para no depender de un hombre que se casara conmigo. Mi madre me conminaba a ser una profesionista y no sólo tener hijos.

Pienso que educarse es interminable y que es una de las actividades más polifacéticas que ha sido pervertida en países subdesarrollados como el nuestro. Soy una convencida del impacto social de quien realmente se ha educado así como del compromiso ético que tenemos quienes hemos recibido educación universitaria con los pobres, con los vulnerables y con las generaciones jóvenes para que sean mejores personas, sujetos sociales y gocen de una vida digna.

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